<div dir="ltr"> Bueno la frustración de Luciano Román estalla en cada renglón de su desesperado llamado a la desestabilización, a la rebeldía sin causa y hablar de la reforma del 18 es como pretender ponerse una media alrrevez, no cuadra, no gusta, parece lo mismo pero desluce. <br>Que digo que aquello fue popularizar el conocimiento para contar con una sociedad más culta en conocimientos y este Roman plantea rebeldía contra el cuidado de todos y todas. Pobre en cualquiera de los sentidos. <br>Esta juventud universitaria de hoy entiende que hay que cuidarse y cuidar y quizás la porción tilinga y exclusiva jóvenes a la que convoca este descerebrado de Roman les interesa la joda y no tanto el estudio y algunos quizás hasta quisieran comprar los títulos como lo ha hecho su dueño referente político que le ordena escribir esto.<br>Paparruchada este Roman, golpista del diario Nación y por tanto no más que la acción de un MERCENARIO que no debe ni siquiera ser considerada como idea<br>Ing. Carlos HARTWIG <br></div><div id="DAB4FAD8-2DD7-40BB-A1B8-4E2AA1F9FDF2"><br> <table style="border-top:1px solid #d3d4de">
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<td style="width:55px;padding-top:18px"><a href="https://www.avast.com/sig-email?utm_medium=email&utm_source=link&utm_campaign=sig-email&utm_content=webmail" target="_blank"><img src="https://ipmcdn.avast.com/images/icons/icon-envelope-tick-round-orange-animated-no-repeat-v1.gif" alt="" width="46" height="29" style="width: 46px; height: 29px;"></a></td>
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<a href="#DAB4FAD8-2DD7-40BB-A1B8-4E2AA1F9FDF2" width="1" height="1"></a></div><br><div class="gmail_quote"><div dir="ltr" class="gmail_attr">El vie, 21 may 2021 a las 17:30, Roberto Varela FCAL (<<a href="mailto:varelar@fcal.uner.edu.ar">varelar@fcal.uner.edu.ar</a>>) escribió:<br></div><blockquote class="gmail_quote" style="margin:0px 0px 0px 0.8ex;border-left:1px solid rgb(204,204,204);padding-left:1ex"><br>
LOS UNIVERSITARIOS DE LA PANDEMIA, ENTRE LA RESIGNACIÓN Y EL SILENCIO<br>
Por Luciano Román<br>
<br>
La Nación<br>
<br>
Los universitarios se han quedado sin universidad. Sin embargo, parecen <br>
aceptarlo con una pasiva resignación. Aunque la historia los muestra <br>
como el sector más rebelde, contestatario y movilizado de la sociedad, <br>
una extraña atmósfera de silencio y conformismo se observa, esta vez, <br>
alrededor de universidades desiertas.<br>
<br>
El universitario es el único estamento educativo que no ha hecho ni <br>
siquiera el intento de retomar, con protocolos adecuados, la actividad <br>
presencial. Solo funciona –en una versión “de baja intensidad”– la <br>
mecánica de clases, seminarios y mesas examinadoras en el formato <br>
virtual. No es necesario detallar en qué medida se ha empobrecido la <br>
vida universitaria al suprimir –por tiempo indefinido– el encuentro <br>
“real” de estudiantes y profesores, la interacción entre los propios <br>
universitarios, la práctica en laboratorios, las asambleas o las salas <br>
de lectura. Miles de estudiantes de Medicina han aprobado Anatomía sin <br>
tocar un hueso. Es posible que, a este ritmo, tengamos las primeras <br>
“promociones virtuales” de ingenieros, médicos, odontólogos o <br>
arquitectos. La universidad se habrá encogido, así, hasta alcanzar la <br>
dinámica de los cursos por correspondencia. ¿Sus títulos valdrán lo <br>
mismo en el mercado laboral? Una pregunta que hoy nadie se formula.<br>
<br>
La burocracia que gobierna las casas de estudio deberá responder alguna <br>
vez por este cierre indefinido que ya lleva 15 meses. Pero el <br>
interrogante que tal vez debamos formularnos es ¿por qué las juventudes <br>
universitarias aceptan con tanta pasividad y mansedumbre esta pérdida <br>
irreparable en su proceso de formación? Una minoría lo hará por <br>
afinidades ideológicas: adhieren al cierre de universidades por <br>
compromiso con un oficialismo que ha decidido “militar” la parálisis <br>
educativa como una supuesta estrategia de cuidado sanitario. Lo han <br>
convertido en un dogma y un eslogan, aunque las evidencias demuestren <br>
que las aulas cerradas no atenúan la curva de contagios. Pero el <br>
silencio excede a las minorías militantes. ¿Tiene que ver con el <br>
espíritu de una generación que ha perdido la esperanza en el país y cree <br>
que rebelarse y discutir el statu quo no tiene sentido?<br>
<br>
Mientras el cierre de escuelas ha promovido una saludable reacción <br>
ciudadana y un fuerte debate público, el de las universidades pasa casi <br>
inadvertido, como si no hubiera matices, discrepancias ni reacciones <br>
ante un confinamiento eterno que no se verifica en ningún otro sector. <br>
¿Dónde están los “universitarios organizados”?<br>
<br>
Hay millones de jóvenes que se sienten “una generación en tránsito”: <br>
piensan en recibirse rápido para emigrar con el título bajo el brazo. <br>
Tal vez esta universidad que despacha cursadas y recibidas por Zoom les <br>
ofrezca un atajo más directo a ese proyecto de salida. En ese caso, la <br>
pasividad ante el cierre de las facultades quizá sea la expresión de una <br>
especie de exilio anticipado de amplias franjas de la juventud <br>
argentina, que ya no se sienten parte, que miran al país con prematuro <br>
escepticismo y que no creen que valga la pena dar ninguna pelea más allá <br>
de sus objetivos prácticos. Quizá también sea un silencio cómodo, que <br>
conjuga con el espíritu de una generación que demora la ida de la casa <br>
de sus padres, elude los compromisos rígidos y milita la corrección <br>
política desde su teléfono celular.<br>
<br>
Hay, entre los universitarios, una mayoría silenciosa que reniega, con <br>
razón, del activismo militante. Lo ven anclado en un ideologismo <br>
dogmático, con reivindicaciones ramplonas de un setentismo desquiciado. <br>
Pero frente a esos reparos saludables cabría otro interrogante: ¿la <br>
única forma de alejarse de los extremos y dogmatismos es desentenderse <br>
del compromiso y el debate? ¿No se les deja así el camino libre a los <br>
sectores más ideologizados para que lleven la voz cantante?<br>
<br>
Buena parte de las minorías militantes también se sienten cómodas con el <br>
silencio. Sin ninguna fidelidad al espíritu universitario, ejercen la <br>
obediencia con el poder de turno, al que no buscan incomodar; mucho <br>
menos, confrontar. El kirchnerismo –se sabe– ha colonizado con dinero y <br>
con eslóganes a una importante porción del ecosistema académico. La <br>
principal organización política juvenil (La Cámpora) no se ha forjado <br>
“en la lucha” ni a la intemperie, sino al abrigo del poder y en el <br>
confort de los cargos. Hay, sin embargo, agrupaciones con larga <br>
tradición en la política universitaria que no han sido cooptadas por el <br>
oficialismo y, sin embargo, no parecen promover ningún debate <br>
consistente, más allá de algunas posiciones valientes pero aisladas. <br>
Hasta han tolerado, sin mucha discusión ni pataleo, que les metan a <br>
Boudou a dar cátedra en la UBA. Esos sectores universitarios que han <br>
protagonizado rebeldías históricas, que promovieron la Reforma del 18, <br>
que han sido siempre sensibles a la defensa de la autonomía <br>
universitaria, que han vivido en ebullición y han cultivado el espíritu <br>
asambleario, hoy se muestran dóciles y resignados ante un paisaje de <br>
facultades cerradas en las que nadie discute ni debate nada. Los centros <br>
de estudiantes están en estado vegetativo.<br>
<br>
El silencio también domina a un cuerpo docente que parece anestesiado. <br>
¿Todos piensan igual? Hace tiempo que cierta uniformidad se ha apoderado <br>
de los recintos universitarios, donde el pluralismo, la diversidad, los <br>
contrastes y las divergencias deberían encontrar –por el contrario– un <br>
especial caldo de cultivo.<br>
<br>
Ni los estudiantes ni los docentes parecen poner en discusión el hecho <br>
de que funcionen los clubes, pero no los campos de deportes <br>
universitarios; las librerías comerciales, pero no las bibliotecas de <br>
las facultades; los restaurantes, pero no los comedores estudiantiles; <br>
los laboratorios privados, pero no los de los centros o institutos de <br>
investigación. Nadie plantea, tampoco, por qué los profesores que ya han <br>
sido vacunados (o los que no integran los grupos de riesgo) no pueden <br>
empezar a dar clases presenciales. Las fórmulas intermedias no parecen <br>
exploradas: el cierre es total y absoluto; lo mismo para facultades <br>
chicas que para las más grandes; para cátedras que trabajan al aire <br>
libre que para las que funcionan en espacios cerrados; para materias que <br>
exigen práctica y experimentación que para las que son puramente <br>
teóricas. En lugar de ofrecer modelos innovadores, con esquemas mixtos <br>
de presencialidad y virtualidad, la universidad (sin ninguna creatividad <br>
ni sofisticación) se ha aferrado a una medida rústica y primitiva: <br>
candado hasta nuevo aviso.<br>
<br>
El sistema universitario parece verse a sí mismo como una casta <br>
privilegiada escudada detrás de un discurso pseudoprogresista. “Militan” <br>
el cierre de aulas, pero no tolerarían que el recolector de residuos <br>
dejara de pasar por la puerta de su casa. Hacen una bandera de “la <br>
defensa de la universidad pública”, pero no se consideran “esenciales” <br>
en esta situación de emergencia. Quizá se sientan parte de eso que ha <br>
definido con pasmosa sinceridad Carlos Zannini: “Personalidades que <br>
necesitan ser protegidas por la sociedad”.<br>
<br>
Los jóvenes aceptan esta “universidad minimalista”, atomizada y <br>
encapsulada en el Zoom, sin reclamar su derecho a recuperar una vida <br>
universitaria que implica mucho más que avanzar casilleros en la carrera <br>
hacia un título de valor incierto. Entender las causas de ese silencio <br>
quizá nos lleve a encontrarnos con una generación que no ve un horizonte <br>
en la Argentina, que está instalada en el desencanto y que percibe la <br>
universidad como un lugar de paso; apenas una escala en un viaje hacia <br>
otra parte. En ese silencio quizá se esconda el fracaso de un país en el <br>
que, por primera vez, el futuro luce peor que el pasado.<br>
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