[Egresados] Una reflexión sobre donde está el espíritu critico la Universidad
Germán Trod
germantrod en hotmail.com
Sab Mayo 22 16:56:42 -03 2021
Gracias Roberto por lo compartido y por tu mirada.
Cuando la sociedad comprenda que la vida se trata de enfrentar grises de diferentes matices y no historias blanco o negro (o todo o nada), se va a poder construir un futuro mejor.
Como?? Muy simple, resolviendo desde las similitudes en los planteos o problemas (cualquiera fuera) y no desde las diferencias. Resolver desde las diferencias solo genera disconformidad, division y la no solucion.
Buen fin de semana a todos.
Saludos
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De: Egresados <egresados-bounces en listas.fcal.uner.edu.ar> en nombre de Adrián Lampazzi <lampazzia en hotmail.com>
Enviado: viernes, 21 de mayo de 2021 23:43
Para: Roberto Varela FCAL <varelar en fcal.uner.edu.ar>; Egresados <egresados en listas.fcal.uner.edu.ar>; Docentes <docentes en listas.fcal.uner.edu.ar>; Alumnos <alumnos en listas.fcal.uner.edu.ar>
Asunto: Re: [Egresados] Una reflexión sobre donde está el espíritu critico la Universidad
Gracias por tu aporte Roberto, no solamente por la nota que compartiste sino con plantear una idea de pensamiento bastante alejada de la conducción universitaria, respetando el ESPIRITU CRÍTICO que siempre debe existir en la comunidad universitaria.
Leyendo algunos detractores y, sobre todas las cosas, el nivel discursivo poblado de agravios innecesarios, me lleva a entender fielmente cual es la actualidad universitaria y el porque de muchas decisiones plagadas de intereses partidarios.
Y a la persona que cuestionó al Doctor, Ingeniero y PROFESOR Roberto Alfredo Varela ¿por su edad?, desconociendo obviamente de quien está hablando y su trayectoria profesional y humana, le respondo que ese tipo de conductas discriminatorias son impropias de una Universidad como la nuestra donde la discriminación JAMAS tuvo ni tiene lugar, menos cuando está hablando de personas que, aun siendo jóvenes (sin ser ello un mérito), han aportado a la sociedad mucho mas que quienes la critican.
Atte.
Ing. Adrián Lampazzi
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De: Egresados <egresados-bounces en listas.fcal.uner.edu.ar> en nombre de Roberto Varela FCAL <varelar en fcal.uner.edu.ar>
Enviado: viernes, 21 de mayo de 2021 20:30
Para: Egresados <egresados en listas.fcal.uner.edu.ar>; Docentes <docentes en listas.fcal.uner.edu.ar>; Alumnos <alumnos en listas.fcal.uner.edu.ar>
Asunto: [Egresados] Una reflexión sobre donde está el espíritu critico la Universidad
LOS UNIVERSITARIOS DE LA PANDEMIA, ENTRE LA RESIGNACIÓN Y EL SILENCIO
Por Luciano Román
La Nación
Los universitarios se han quedado sin universidad. Sin embargo, parecen
aceptarlo con una pasiva resignación. Aunque la historia los muestra
como el sector más rebelde, contestatario y movilizado de la sociedad,
una extraña atmósfera de silencio y conformismo se observa, esta vez,
alrededor de universidades desiertas.
El universitario es el único estamento educativo que no ha hecho ni
siquiera el intento de retomar, con protocolos adecuados, la actividad
presencial. Solo funciona –en una versión “de baja intensidad”– la
mecánica de clases, seminarios y mesas examinadoras en el formato
virtual. No es necesario detallar en qué medida se ha empobrecido la
vida universitaria al suprimir –por tiempo indefinido– el encuentro
“real” de estudiantes y profesores, la interacción entre los propios
universitarios, la práctica en laboratorios, las asambleas o las salas
de lectura. Miles de estudiantes de Medicina han aprobado Anatomía sin
tocar un hueso. Es posible que, a este ritmo, tengamos las primeras
“promociones virtuales” de ingenieros, médicos, odontólogos o
arquitectos. La universidad se habrá encogido, así, hasta alcanzar la
dinámica de los cursos por correspondencia. ¿Sus títulos valdrán lo
mismo en el mercado laboral? Una pregunta que hoy nadie se formula.
La burocracia que gobierna las casas de estudio deberá responder alguna
vez por este cierre indefinido que ya lleva 15 meses. Pero el
interrogante que tal vez debamos formularnos es ¿por qué las juventudes
universitarias aceptan con tanta pasividad y mansedumbre esta pérdida
irreparable en su proceso de formación? Una minoría lo hará por
afinidades ideológicas: adhieren al cierre de universidades por
compromiso con un oficialismo que ha decidido “militar” la parálisis
educativa como una supuesta estrategia de cuidado sanitario. Lo han
convertido en un dogma y un eslogan, aunque las evidencias demuestren
que las aulas cerradas no atenúan la curva de contagios. Pero el
silencio excede a las minorías militantes. ¿Tiene que ver con el
espíritu de una generación que ha perdido la esperanza en el país y cree
que rebelarse y discutir el statu quo no tiene sentido?
Mientras el cierre de escuelas ha promovido una saludable reacción
ciudadana y un fuerte debate público, el de las universidades pasa casi
inadvertido, como si no hubiera matices, discrepancias ni reacciones
ante un confinamiento eterno que no se verifica en ningún otro sector.
¿Dónde están los “universitarios organizados”?
Hay millones de jóvenes que se sienten “una generación en tránsito”:
piensan en recibirse rápido para emigrar con el título bajo el brazo.
Tal vez esta universidad que despacha cursadas y recibidas por Zoom les
ofrezca un atajo más directo a ese proyecto de salida. En ese caso, la
pasividad ante el cierre de las facultades quizá sea la expresión de una
especie de exilio anticipado de amplias franjas de la juventud
argentina, que ya no se sienten parte, que miran al país con prematuro
escepticismo y que no creen que valga la pena dar ninguna pelea más allá
de sus objetivos prácticos. Quizá también sea un silencio cómodo, que
conjuga con el espíritu de una generación que demora la ida de la casa
de sus padres, elude los compromisos rígidos y milita la corrección
política desde su teléfono celular.
Hay, entre los universitarios, una mayoría silenciosa que reniega, con
razón, del activismo militante. Lo ven anclado en un ideologismo
dogmático, con reivindicaciones ramplonas de un setentismo desquiciado.
Pero frente a esos reparos saludables cabría otro interrogante: ¿la
única forma de alejarse de los extremos y dogmatismos es desentenderse
del compromiso y el debate? ¿No se les deja así el camino libre a los
sectores más ideologizados para que lleven la voz cantante?
Buena parte de las minorías militantes también se sienten cómodas con el
silencio. Sin ninguna fidelidad al espíritu universitario, ejercen la
obediencia con el poder de turno, al que no buscan incomodar; mucho
menos, confrontar. El kirchnerismo –se sabe– ha colonizado con dinero y
con eslóganes a una importante porción del ecosistema académico. La
principal organización política juvenil (La Cámpora) no se ha forjado
“en la lucha” ni a la intemperie, sino al abrigo del poder y en el
confort de los cargos. Hay, sin embargo, agrupaciones con larga
tradición en la política universitaria que no han sido cooptadas por el
oficialismo y, sin embargo, no parecen promover ningún debate
consistente, más allá de algunas posiciones valientes pero aisladas.
Hasta han tolerado, sin mucha discusión ni pataleo, que les metan a
Boudou a dar cátedra en la UBA. Esos sectores universitarios que han
protagonizado rebeldías históricas, que promovieron la Reforma del 18,
que han sido siempre sensibles a la defensa de la autonomía
universitaria, que han vivido en ebullición y han cultivado el espíritu
asambleario, hoy se muestran dóciles y resignados ante un paisaje de
facultades cerradas en las que nadie discute ni debate nada. Los centros
de estudiantes están en estado vegetativo.
El silencio también domina a un cuerpo docente que parece anestesiado.
¿Todos piensan igual? Hace tiempo que cierta uniformidad se ha apoderado
de los recintos universitarios, donde el pluralismo, la diversidad, los
contrastes y las divergencias deberían encontrar –por el contrario– un
especial caldo de cultivo.
Ni los estudiantes ni los docentes parecen poner en discusión el hecho
de que funcionen los clubes, pero no los campos de deportes
universitarios; las librerías comerciales, pero no las bibliotecas de
las facultades; los restaurantes, pero no los comedores estudiantiles;
los laboratorios privados, pero no los de los centros o institutos de
investigación. Nadie plantea, tampoco, por qué los profesores que ya han
sido vacunados (o los que no integran los grupos de riesgo) no pueden
empezar a dar clases presenciales. Las fórmulas intermedias no parecen
exploradas: el cierre es total y absoluto; lo mismo para facultades
chicas que para las más grandes; para cátedras que trabajan al aire
libre que para las que funcionan en espacios cerrados; para materias que
exigen práctica y experimentación que para las que son puramente
teóricas. En lugar de ofrecer modelos innovadores, con esquemas mixtos
de presencialidad y virtualidad, la universidad (sin ninguna creatividad
ni sofisticación) se ha aferrado a una medida rústica y primitiva:
candado hasta nuevo aviso.
El sistema universitario parece verse a sí mismo como una casta
privilegiada escudada detrás de un discurso pseudoprogresista. “Militan”
el cierre de aulas, pero no tolerarían que el recolector de residuos
dejara de pasar por la puerta de su casa. Hacen una bandera de “la
defensa de la universidad pública”, pero no se consideran “esenciales”
en esta situación de emergencia. Quizá se sientan parte de eso que ha
definido con pasmosa sinceridad Carlos Zannini: “Personalidades que
necesitan ser protegidas por la sociedad”.
Los jóvenes aceptan esta “universidad minimalista”, atomizada y
encapsulada en el Zoom, sin reclamar su derecho a recuperar una vida
universitaria que implica mucho más que avanzar casilleros en la carrera
hacia un título de valor incierto. Entender las causas de ese silencio
quizá nos lleve a encontrarnos con una generación que no ve un horizonte
en la Argentina, que está instalada en el desencanto y que percibe la
universidad como un lugar de paso; apenas una escala en un viaje hacia
otra parte. En ese silencio quizá se esconda el fracaso de un país en el
que, por primera vez, el futuro luce peor que el pasado.
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